Reflexión sobre la “destransición” de Felipe Gil: Un viaje de pérdidas y redenciones
En la vorágine de la vida pública, las historias de cambio y reinvención suelen ser vistas como ejemplo de valentía. Sin embargo, no siempre se contemplan los costos emocionales y personales que acompañan estos procesos. La reciente decisión de Felipe Gil, el reconocido compositor (usaremos pronombres masculinos debido a su decisión actual) que brilló en los festivales OTI durante los años 70, de abandonar su identidad como mujer y regresar a su nombre original, ha puesto en el centro del debate no solo los desafíos que enfrentan las personas transgénero, sino también la complejidad de los procesos de identidad en un mundo que exige certezas.
Gil, quien en 2014 sorprendió al mundo al asumir su identidad como mujer trans y adoptar el nombre de Felicia Garza, enfrentó con valentía el rechazo y la discriminación.
A sus 74 años, dio un paso audaz hacia su transición, un proceso que, según ha compartido, fue acompañado de un distanciamiento doloroso de sus seres más cercanos, incluidas sus propias familias. Sin embargo, hoy, a los 84 años, Gil ha decidido dar un giro en su vida y deshacer su transición, optando por volver a ser Felipe.
En sus propias palabras, la razón detrás de esta destransición radica en el deseo de recuperar lo perdido: “Perdí dos familias, perdí a mis nietas, perdí a la familia de la que fui su pareja durante 23 años.”

Este giro no es solo una revalorización de su identidad personal, sino un acto profundamente humano que resalta las complejidades del ser.
Más allá de las etiquetas y las expectativas sociales, está la persona que busca sanar las heridas del pasado y encontrar una paz interna que había sido interrumpida por los juicios y la incomprensión. Gil, al tomar la difícil decisión de regresar a su vida previa, nos recuerda que no siempre los caminos hacia la autocomprensión son lineales ni simples.
Además, el anuncio de su retiro definitivo de la vida pública deja entrever un agotamiento no solo físico, sino también emocional, causado por los años de lucha y la constante exposición mediática. Su retirada del mundo artístico marca un cierre para un hombre que, en su trayectoria, desafió convenciones y rompió barreras, y ahora busca refugio en su intimidad.
“Yo me retiro del mundo artístico, no pienso salir más”, dijo al periodista Maximiliano Lumbia.
En última instancia, la historia de Felipe Gil no debe ser vista únicamente desde el prisma de la destransición. Es un recordatorio de que el viaje hacia uno mismo es personal, cambiante y, sobre todo, innegablemente humano. Y aunque el público puede juzgar desde su distante perspectiva, el verdadero desafío reside en la capacidad de ser fiel a uno mismo, independientemente de las etiquetas que la sociedad nos imponga.