París está a punto de ser testigo de una celebración del deporte y la diversidad como nunca antes. Este año, más que nunca, se verá la bandera del arcoíris ondeando con orgullo en los Juegos Olímpicos. Y eso, mis amigos, es algo para celebrar. Permítanme comenzar expresando cuán orgulloso estoy de cada uno de ustedes. Ya sea que estén compitiendo abiertamente, aún resolviendo su identidad o manteniendo su orientación en privado por ahora, cada paso que dan en este escenario mundial es un acto de valentía y un triunfo por derecho propio.
Recuerdo claramente mis propios Juegos Olímpicos en Sochi, en un momento y lugar donde ser abiertamente LGBTQ+ era un desafío. Las leyes y actitudes en Rusia en ese entonces no favorecían la diversidad. Me encontraba en una encrucijada personal, compartiendo habitación con un amigo cercano mientras lidiaba con el peso de un secreto que no sabía cómo compartir. El miedo a la reacción y las consecuencias me mantuvieron en silencio, y aunque gané una medalla, llevaba conmigo una carga que no esperaba.
El deporte, en su esencia, debería ser un terreno nivelado donde las diferencias de género, orientación sexual, raza y origen se dejen de lado en aras de la competencia y el respeto mutuo. Sin embargo, como muchos de ustedes saben demasiado bien, la realidad a veces es diferente. Los temores y las presiones externas pueden hacernos dudar de nosotros mismos, incluso en el momento de mayor gloria.
Mi propio camino hacia la autenticidad fue una montaña rusa emocional. Durante años, concebí la idea de que solo después de mi carrera deportiva podría ser honesto sobre quién soy. Pensé que debía elegir entre mi identidad y mi éxito deportivo, temeroso de perder patrocinadores o el apoyo de mis seguidores. La verdad, sin embargo, fue liberadora. Después de tomar la decisión de vivir abiertamente, experimenté una libertad que nunca antes había sentido. No solo mejoré como atleta, sino que encontré una claridad y enfoque que antes me eludían.
Les digo esto no para imponer mi experiencia, sino como un recordatorio de que cada uno de ustedes está en su propio viaje. Puede que no sea fácil, puede que haya miedo y dudas, pero cada paso hacia la autenticidad es un paso hacia la paz interior y hacia un impacto positivo en el mundo que nos rodea.
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Hoy, más que nunca, el mundo necesita ejemplos de coraje y autenticidad. Cada uno de ustedes, al representar a su país y a la comunidad LGBTQ+, es un faro de esperanza y un agente de cambio. Su mera presencia desafía estereotipos y rompe barreras invisibles. Como comunidad, nos apoyamos mutuamente, celebrando los logros de uno como logros de todos.
Así que a los que aún no han salido, les digo: está bien tomarse su tiempo. El proceso de autodescubrimiento y aceptación es personal y único para cada individuo. Encuentren su propio ritmo y sepan que tienen una red de apoyo detrás de ustedes.
Y a los que ya están viviendo su verdad con orgullo, los aplaudo. Que sientan el amor y la solidaridad de toda una comunidad que celebra su valentía y determinación.
No importa cuál sea el resultado en la competencia, recuerden que ya son ganadores. Han superado desafíos personales que van más allá de cualquier medalla. Son modelos a seguir y agentes de cambio, no solo en el deporte, sino en la sociedad en general.
Así que vayan, den lo mejor de ustedes mismos, y recuerden que ser auténticos es su mayor fortaleza. Como dijo una vez alguien muy sabio: “La verdad os hará libres”.
Con el mayor orgullo y admiración,
Gus Kenworthy.
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