En plena Macroplaza, afuera del Congreso del estado de Nuevo León hay una pequeña carpa de color blanco. Entre los postes de luz que la rodean, motivos arcoíris señalan tanto el camino como el objetivo de su presencia. Se trata de una manifestación pacífica y punzante, de un verdadero acto político que resiste la indiferencia mientras visibiliza una vez más las exigencias ciudadanas de quienes son llamados putos, jotos, machorras, vestidas, raritos, pipiluyos, manfloras, y demás calificativos conocidos con los que se ha despreciado históricamente a quienes ejercen y habitan el género y la sexualidad de manera distinta a la vía hegemónica. Estos seres salidos del huacal llevan rato (alrededor de cuatro décadas en el país, dos en Monterrey) organizándose y exigiendo los mismos derechos que el resto de la gente.
A pesar de que no pocas cosas han cambiado para bien gracias a estas batallas, la lucha sigue. Sin embargo, la sola organización de este sector en términos políticos, cada vez más visible, aún genera reacciones negativas. En varios espacios leo y escucho comentarios descalificadores que tildan de necedades los reclamos de las voces LGBTIQ+. No es extraño, ni sorprendente, en una sociedad misógina y homofóbica. Sucede siempre: los privilegiados y los opresores suelen tachar de necedades, de bobadas y caprichos los reclamos de los oprimidos cuando estos se atreven a pedir un trato equitativo. “¿Por qué exigen las cosas así?”,” ¡Qué necedad!”, “Se están haciendo las víctimas. ¿Qué más quieren?”, “¿Por qué quieren lo mismo si son diferentes?”, “Ya están abusando; les das la mano y te agarran el pie”. La lucha por los derechos se da a través de una exigencia que incomoda a los que están arriba, cosa que olvidan quienes ya los gozan sin haber luchado, quienes se asoman con desdén desde sus palcos. Esas voces que siempre hablan a partir del privilegio me recuerdan un letrero en cierta granja conocida: “Todos los animales son iguales… pero algunos son más iguales que otros”.
No hay política sin conflicto y es imposible tener a todo el mundo contento, por ello conciliar posturas antagónicas para alcanzar un mejor nivel de convivencia en la esfera pública es la apuesta, sobre todo cuando grupos tradicionalmente silenciados comienzan a alzar la voz. Estamos en periodo electoral, y los colectivos LGBTIQ+ están más presentes que en ocasiones anteriores, siguiendo de cerca las agendas de las distintas precandidaturas, increpan, cuestionan. Se plantan frente a López Obrador, Margarita Zavala o Jose Antonio Meade para calarlos, para exigir posturas, para dejar en claro si sus plataformas incluyen la garantía de los derechos de toda la diversidad o sólo beneficiarían a los de siempre. Otra vez, las voces del privilegio se molestan: Hay prioridades, dicen, y nuestro país necesita enfocarse en la educación, en el empleo, en la seguridad, la salud, no distraerse con nimiedades; como si no hubiera jotos pobres, lesbianas desempleadas, mujeres trans con poca escolaridad y precarización laboral, hombres trans sin cobertura sanitaria. Como si México no fuera subcampeón en asesinatos por motivos de odio. Como si nosotrxs no fuéramos México. “Fórmense atrás de la fila en el proyecto de nación”, parece que nos gritan quienes sí pueden tomar a sus parejas de la mano por la calle sin miedo a sufrir agresiones, quienes sí afilian como beneficiarios a sus cónyuges, quienes sí construyen su identidad sin obstáculos y tienen sus derechos garantizados.
Ante tanto desdén, se necesita reforzar la tenacidad que nos ha caracterizado. Así nace el plantón permanente del Movimiento por la Igualdad en Nuevo León, un colectivo formado por distintas organizaciones y activistas LGBTIQ+ que en conjunto han presentado tres iniciativas de ley en el congreso con propósitos muy concretos: El matrimonio igualitario (propuesta congelada desde octubre de 2016), la identidad de género (que permitiría a las personas trans rectificar sus documentos sin necesidad de ir a juicio ni dictamen médico) y el reconocimiento de hijxs de parejas del mismo sexo en el estado (en el acta de nacimiento incluir a las dos madres o a los dos padres así como elegir el orden de los apellidos). No se está pidiendo nada nuevo, ni se le está quitando nada a nadie. Básicamente se pide que las parejas que viven en Nuevo León no tengan que viajar a Saltillo —como sugirió Jaime Rodríguez— para firmar un acta civil de matrimonio, que las personas trans no tengan que viajar a la Ciudad de México para realizar su rectificación; que las parejas homoparentales puedan registrar a sus hijxs como sus padres y sus madres. En dos palabras, certeza jurídica.
Estas son iniciativas ciudadanas que exigen proteger derechos que evidentemente todavía no están garantizados para todas las personas y que más bien oscilan en el vaivén de la buena voluntad, la indiferencia o la testarudez de la clase política. Un ejemplo claro de ello está en el principal antecedente del plantón: Durante la administración de Rodrigo Medina, el Registro Civil permitió el registro de hijxs de familias homoparentales sin problema. En diciembre de 2015, Jaime Rodríguez Calderón tomó posesión e inmediatamente las cosas cambiaron. Ante esta coyuntura, Mario Rodríguez Platas se plantó afuera del palacio de gobierno con una bandera arcoíris de 9x50m y convocó en redes sociales. El apoyo llegó sin miramientos, y ese plantón no duró ni 24 horas. La mañana siguiente El Bronco reculó; en esta ocasión lo que se está pidiendo es legislar de una vez por todas y no andar dependiendo de estos antojos.
El plantón que hoy sigue afuera del congreso se instaló el 6 de noviembre pasado, a las 6:35 de la mañana. Desde ese día a esa hora, adentro de la carpa siempre hay alguien tras una mesa con una sonrisa y tres grandes libretas que han registrado más de 2,000 firmas de apoyo a las iniciativas. Ahí comen, duermen, acompañan y hacen guardias por turnos personas ya reconocidas como Mario Rodríguez, Jennifer Aguayo, Sylvia López Pérez y Gabriel Moctezuma, y también rostros frescos de una nueva generación de jóvenes que se están formando como activistas y que dedican su tiempo a la lucha por la equidad, como María Romero de El clóset LGBT, A.C, y Omar Solís, que con 24 años y su intensa labor, entusiasmo y compromiso motiva a todo el mundo. Ahí reciben cooperaciones económicas voluntarias de la gran cantidad de simpatizantes que se acercan y que a cambio reciben un libro, una bufanda, banderas o calcomanías alusivas al movimiento.
La noche del 24 de diciembre tuvieron una cena de nochebuena que consistió en pierna de cerdo mechada, puré de papa, espagueti y pozole para el día siguiente. Ocho personas compartieron la cena en la fría intemperie del centro de la ciudad, al ritmo de Madonna, Cher y Marc Anthony. “No cualquiera se da el lujo de tener una cena navideña en plena Macroplaza”, me dice Mario, no sin antes recordar que compartieron la cena con los 5 policías de Fuerza Civil que resguardan el Palacio de Gobierno y los 4 policías que hicieron guardia esa noche en el congreso. “Ellos también son pueblo, y nos han cuidado y tratado muy bien”. La noche del 31 de diciembre, fue un poco menos elaborada y divertida, pero para nada fue aburrida: mientras la temperatura descendía dramáticamente y a través del monitor que tienen dentro de la carpa, Mario y Omar atestiguaron la curiosa toma de protesta del gobernador interino Manuel Florentino González Flores, que ahora ocupa el lugar de Jaime Rodríguez por seis meses mientras el Bronco, ahora Chapulín, consigue firmas para la presidencial. Así recibieron el 2018, y vieron llegar a todas las personas importantes invitadas al evento, mientras comían tamales y bebían sidra.
No desde un palco, sino de adentro de la carpa, todos los días laborales han visto entrar y salir a las y los legisladores quienes forzosamente tienen que pasar a un lado del plantón para entrar a su lugar de trabajo. Algunos saludan afectuosamente, otros pasan sin voltear a ver. Así transcurren los días, y las iniciativas siguen sin respuesta. Una cosa sí se ha logrado: Ponerle rostro y humanidad a un asunto que busca ignorarse, pasarse a la lista de pendientes, arrumbarse en la comodidad del silencio. No es posible ignorar estas exigencias. El recordatorio persiste, está ahí como un puntito blanco en plena Macroplaza, con caras, nombres y apellidos, día con día. No nos vamos, hasta obtener respuesta.
Por: Miguel Martínez
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